El joven maestro



            Levantando la vista hacia la puerta de la recién estrenada escuela, Simón, el joven maestro, se sentía orgulloso de su logro. Tanto meses esperando tan ansiado momento, y ya había llegado. Esperaba entusiasmado la entrada de sus primeros alumnos. Se colocó en el frente de la puerta de modo que pudiera observarlos en los que se asomaran por la escalera que llevaba a la entrada.
            Estaba dispuesto a enseñarles a leer y escribir, en principio, luego a enseñarles aritmética y; a la vez;  a enseñarles las tareas propias de la región. Era importante que aprendieran a trabajar la tierra, allí en  Chuquisaca. Los habitantes eran personas con pocos estudios que dependían de la producción agrícola y artesanal.
            A lo lejos se vislumbra los primeros niños, venían corriendo y con una bolsita de cuero colgado a los hombros. Cuando llegó el primero saludó al maestro con una inclinación de cabeza, y  le dijo que su nombre era Mateo, luego llegaron otros niños que se identificaron como Carlitos, María José e Isaac.
            A los pocos minutos llegó el resto de los niños, uno de ellos, el último en entrar, se dirigió directamente a su silla. El maestro Simón observó que iba descalzo y con ropa andrajosa. Le preguntó su nombre y el niño no respondió.
            Ya todos sentados en el salón de clases de la nueva escuela, el maestro los saludó nuevamente y comenzó a hablarles sobre la importancia del estudio, de la buenos modales y sobre todo de aprender algún oficio, como labrar la tierra para cosechar, la elaboración de artesanía y cómo construir las casas.
            Para todo el poblado de Chuquisaca la llegada del maestro era como una bendición. El gobierno había instruido el establecimiento de una escuela primaria en cada capital de departamento para los niños y niñas por igual. Por lo que los niños tenían ahora el deber de ir a la escuela para aprender nuevos oficios
            La escuela representaba para Simón la oportunidad de enseñar más allá de las letras, creía que en la enseñanza en el propio campo, mediante la puesta en práctica de los conocimientos, era la manera ideal de evitar la explotación del ser humano y  dar educación al pueblo excluido.
            A las pocas semanas, el maestro recibió una visita inesperada, era el prefecto del pueblo. Llevaba consigo una carta del obispo de la región, preguntando si realmente en esa escuela los niños  aprendían las letras y sí compartían espacio con los niños que dormían en la calle.
            Este reclamo no gustó mucho al maestro, quien defendió  su posición argumentando que también los pobres y los sectores oprimidos tenían derecho a los estudios.
            Pasaron algunos meses y el descontento proseguía, ahora también los padres de los niños de familia se sumaron al reclamo. Exigían que se sacara de la escuela a los niños de la calle y aceptara sólo a sus hijos. Esto originó una discusión entre el maestro y un grupo de padres quienes lo acusaron de alborotador y de tener ideas extravagantes.
            Simón, acongojado, no le quedó más remedio que irse de Chuquisaca, dejando atrás a sus queridos alumnos y su recién estrenada escuela. El sueño de implantar una educación para los pobres y crear en ellos ideas libertarias, moría antes de nacer
            Habría de pasar más de un siglo para que esas ideas de una educación popular y cambios profundos en la educación tomara auge, y sin embargo, aún hoy en día se continúa en ese camino: lograr la inclusión de todos los niños y hacer de la educación una aliada para la transformación social y política.

                                                                                                       Wendy Urbina

           







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