El Barquito
de Papel
Cristóbal era un niño
intranquilo, revoltoso, le gustaba correr en el patio de la escuela y colocar
barquitos de papel en la fuente de la entrada. Era el mejor constructor de
barquitos: los hacía de todos los colores, les agregaba palitos, como mástiles;
telas como velas y hasta caracolitos en forma de estrella que simulaban timones.
Un día, viendo a lo lejos el mar,
Cristóbal se preguntó: ¿Qué habría después de aquella línea en el horizonte?.
Su padre le había contado que después del mar, había grandes tierras, riquezas
y niños con otras culturas y costumbres.
Entonces se le ocurrió una
gran idea: construiría un barco de papel que llegara a aquellas tierras
lejanas, en donde algún niño que también le gustara hacer barquitos de papel;
pudiera descubrirlo.
Y así, comenzó Cristóbal a armar su
barco: lo hizo del papel más grueso que encontró, le colocó grandes
velas y dos poderosos mástiles. Lo pintó de amarillo, que representaba el color
del sol, punticos blancos que significaban las cantidades de lunas que
tendría que pasar el barquito para llegar a algún destino.
Una vez terminado el trabajo, Cristóbal
contempló la pequeña nave; pero le faltaba algo. . ., ¡Ah! Sí. . . un nombre. El
barquito debía llevar un nombre. Y luego
de pensar por un rato, se le ocurrió: La
Esperanza, porque tendría que atravesar todo el océano, pasar muchos días
navegando, siempre con el riesgo de naufragar; pero había la posibilidad de
que llegara alguna parte, que alguien lo encontrara; a eso se le debía el
nombre: la esperanza de sobrellevar ese largo viaje, esperanza de cruzar mares,
la esperanza de ser encontrado. . .
Una mañana de primavera, Cristóbal colocó el barquito “La Esperanza”
en el mar. Lo observó hasta que desapareció por la línea del horizonte lejos.
Sintió mucha emoción, alegría de construir un barquito tan resistente.
A partir de esa mañana, Cristóbal
acostumbró a pasear por la playa todas las mañanas a la espera del regreso de
su barquito.
Y así pasaron tres meses, hasta que una
mañana del mes de octubre, cuando jugaba en la playa, divisó a lo
lejos un pequeño barco. Lo observó fijamente, hasta que se dio cuenta de que era
su barquito de papel. Lo esperó con ansias en la orilla, y cuando lo tuvo
cerca, notó que tenía una nota entre sus velas. Cristóbal la
recogió con cuidado y la leyó:
“Amigo,
aunque no sé quien eres, ni cómo te llamas, aquí al otro lado del mundo,
admiramos este gran barco que realizaste. Te devuelvo tu barquito, a
la vez que te felicito por tan hermoso barco. Me despido con mucho
cariño”.
Cristóbal, feliz por el regreso de su barquito, guardó la nota, y se las enseñó a todos sus compañeros de clases, incluso a la maestra.
Muchos años después, convertido en un
gran navegante y explorador, Cristóbal Colón con la ayuda de los Reyes
Católicos, zarpó con tres grandes carabelas a conquistar nuevas tierras.
Navegó por el extenso océano, hasta
llegar al Nuevo Mundo. . .
Recordó entonces que ese sueño, hecho realidad, comenzó con
un barquito de papel: un barquito llamado La Esperanza, que cruzó muchos mares
y océanos.
"La Esperanza", un barco en el que todos debemos zarpar hacia nuestros sueños. Felicidades, hermoso cuento.
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ResponderEliminarBonito mensaje el de luchar por lo que uno quiere y sueña con una narrativa muy bien llevada, Felicitaciones!
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